Para el común existe un ideal en el aparato. Este debe ser estable, no debe haber duda de su utilidad. Se presenta en un empaque que nos sirve como interfaz, que nos deja ciertas posibilidades para controlarlo. Este recubrimiento marca límites, nos separa, nos protege de cualquier daño y también lo protege de cualquier intromisión. De esta manera el aparato supone una forma definida, un orden.
Lo primero que hago es abrirlo dejándolo desprotegido, desechando la carcasa para abordarlo. La acción que realizo al intentar descubrir lo que guarda, la veo como una acción de aprendizaje, un intento por familiarizarme con su estructura, una especie de negociación en la que, a pesar de que él cede, yo no debo sobrepasarme. En este “tire y afloje” me muevo entre la destrucción y la construcción, y aunque me siento muy cercano al concepto de Dé-coll/age de Wolf Vostell, no me interesa la agresión que se ve en su trabajo. Me interesa la generación de un dialogo entre el aparato, sus mecanismos, mi curiosidad y mis intereses. En ese sentido me aproximo más a los pianos preparados de John Cage, en los cuales a pesar de la manipulación, existe una amabilidad para con el instrumento, una distancia respetuosa. Me interesa potenciar relaciones humanizadas que puedan tener mis dispositivos. Los desprotejo, los marco, los reconecto, los pongo a sonar o a mover, pero siempre trato de retener una cierta “integridad” en ellos.
Todo se extiende sobre la mesa de trabajo como un gran rompecabezas en el cual las posibilidades son casi infinitas. Han de ser esparcidas todas las piezas sobre una superficie, donde todo este a la vista. El orden ha de volverse desorden para entrar en juego.
Del desorden al hijo monstruo
Mediante mi intervención hay una afectación de un estado que es supuestamente garantizado por su recubrimiento. Lo que la superficie oculta es subvertido y puesto en crisis. Al intervenir sus tripas se vuelve algo inestable, frágil y vulnerable. Se desfigura, pierde su unidad y empieza a entablar nuevas relaciones.
En este orden de ideas, si nos paramos desde la forma-función original del aparato, esto nuevo que surge es monstruoso. Frankenstein, no puede ser admitido por la sociedad; el rechazo al que es sometido es resultado de la contradicción que evidencia. Al estar él fuera del sentido común, ataca directamente a la estructura establecida.
No solamente en el ámbito formal, me interesa esta ruptura. Mis monstruos son monstruosos y se relacionan monstruosamente. Ese algo nuevo que emerge, cumple con el contrasentido. Sin embargo, eso que no cuadra, que no casa, no es definitivamente ajeno a nosotros. ¿No queda la sensación de una posible solidaridad, de una posible complicidad con esta maquina desamparada?
Cuando trabajo, no pienso en los aparatos, pienso en lo que me atraviesa, los hago parte de mí buscando develar algo nuevo, quizás, una lógica nueva.
